domingo, 2 de julio de 2017

Dejemos hablar al viento





 Lillian Gish, en The Wind (1928) de Victor Sjöström

A un amigo:

De ti, quienes mejor me han dado razón, son los poetas. “Molino de sonidos” te llamó Octavio Paz. Y una gran venezolana, que te conoció muy bien, tuvo esta hermosa aventura de la que formaste parte:

Toda la mañana ha hablado el viento
una lengua extraordinaria.

He ido hoy en el viento.
Estremecí los árboles.
Hice pliegues en el río.
Alboroté la arena.
Entré por las más finas rendijas.
Y soné largamente en los alambres.

Antes —¿recuerdas?—
Pasaba pálida por la orilla del viento. Y aplaudías.

Era Enriqueta Arvelo Larriva. Seguramente la recuerdas de tu viejo paso por Barinitas.
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Por su parte, Aurelio Arturo, un gran poeta colombiano, de Nariño, te prefería nocturno, y nos dijo:

Toda la noche
sentí que el viento hablaba,
sin palabras
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Un día, casi huracanado, pasaste por un pequeño pueblo austral. Cuando entrabas a una de sus casas, viste una mesa en forma de guitarra y a una hermosa niña que cantaba. Allí te detuviste un rato y reposaste. La niña y su tío compartieron contigo un pan cuyo aroma nunca has olvidado. Y como estabas en vena de contar historias, revelaste algunas de tus confidencias. La niña desde entonces -no sé si Gabriela se llamaba- sabe que reposas cuando los pinares callan.
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En 1928, época del cine mudo, compartiste rol protagónico con Lillian Gish en una inolvidable película que llevó tu nombre y que dirigió Victor Sjöstrüm. Muchísimos años después (2011) tuviste un papel estelar en otro filme destinado a ser un clásico: El caballo de Turín (2011), de Bela Tarr. En la primera (El viento), fuiste un caballo implacable. En la segunda, compartiste el rol equino con un verdadero ejemplar de la especie, y volviste a ser agotador y persistente. Por cierto, Collin de Plancy (citado por Bachelard) refiere que, de acuerdo a una leyenda árabe, cuando Dios fue a crear el caballo, te llamó y extrajo de ti una pequeña parte para hacerlo.
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Al parecer, en estos tiempos se te oye menos, salvo los poetas que persisten en tenerte aprecio y darte audiencia. Todos deberíamos dejarte hablar, como pidió Juan Carlos Onetti en su última novela, cuando estaba por llegar la temida y amada Santa Rosa.

Sí, háblanos, por favor, porque hay alguien en ti que tiene muchas cosas que decirnos, aqui y ahora.

"Hay alguien en el viento", dijo famosamente Guillevic.

Amigo, tienes la palabra. Va un abrazo.


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