domingo, 2 de abril de 2017

Un deseo vago de esconderse en Grecia



Salvador Pániker (foto tomada de La Vanguardia, Barcelona)

Domingo de nubes. El Primer testamento (1985) se abre con la reproducción de un espléndido texto autobiográfico que Pániker había publicado en la revista El Urogollo, con motivo de sus cuarenta años. Lo leí, justamente, cuando llegué a los míos, y me pareció estupendo, tanto, que lo usé como modelo para una página escrita bajo confesa imitación. Ayer, al enterarme de la muerte del querido autor, busqué los libros suyos que me han acompañado estos años de diarista empedernido, y el primero fue, sin dudas, este “ejercicio” (así lo llamó) con el que se inicia su primer atisbo, en 1970. Lo copio, en su memoria y como un saludo “Pániker” a quienes ahora llegan o han llegado a esa edad que él pudo doblar con creces:

Usted ha conseguido la nada despreciable edad de cuarenta años (cuarenta y tantos, si ponemos este manuscrito al día), ha recorrido mundo, cosechado un cierto estatus, y ahora de repente (aproximadamente de repente) ha decidido someterse a una experiencia nueva, despedazar el material acumulado, remodelar la masa oscura de los años, ajustar cuentas o reinventar la fiesta.

Con ligera dependencia de los barbitúricos.

Usted nació en el año veintisiete (de este siglo), que fue un año literario y peculiar, aeronáutico y de primeras piedras; año del charleston y del Sein und Zeit, del vuelo de Lindbergh y del primer cine sonoro; nació bajo el signo de piscis que es signo de sabiduría o de misterio, dicen, en el número 36, piso tercero, puerta segunda, de una calle de la parte alta de una húmeda ciudad fundada por Amílcar Barca, y que con el tiempo habría de llamarse De Ferias y Congresos. Usted pasó en la inopia (mental) los primeros meses, años, de su vida; sin enterarse de que fue contemporáneo de Scott Fitzgerald y de James Joyce, y de Unamuno, Henri Bergson, Pirandello, Stanislavsky, Sigmund Freud, García Lorca y don Ramón del Valle Inclán (habiéndosele escapado Rilke por un pelo); sin enterarse de que en el veintiocho Stalin deportó a Trotsky, Ravel compuso Bolero, Aldous Huxley publicó Contrapunto; de que en el veintinueve se produjo el Stok Market Crash, la gran crisis del capitalismo pre-keynesiano; de que en el treinta, el Mahatma Ghandi inició campaña de desobediencia civil, los franceses comenzaron la construcción de la Línea Maginot, Max Schemeling ganó el campeonato de los pesos pesados, Stravinsky estrenó la Sinfonía de los Salmos, Marlene Dietrich cruzó las piernas y algún astrónomo descubrió un planeta nuevo.

Pero ya a partir de aquí parece que empezó a enterarse usted de alguna cosa; una tarde, hacia las cinco, estando solo, sintió un estremecimiento tenue, una sorpresa, un vértigo, un vacío, una agitación de las neuronas; acababa de orinar y descubrió que estaba vivo, se asombró de estarlo, le nació un hilillo de conciencia, por así decirlo, y a continuación usted creció, engordó le mordió un perro, fue al dentista, se casó, compró zapatos, tuvo hijos, se bañó en el mar, y de pronto descubrió que ya era viejo; sintió un deseo vago de esconderse en Grecia, o en el Alto Nilo, con hábito y capucha; empeoró su faringitis crónica, creció su dependencia de los barbitúricos, se le vino encima el material oscuro de los años, se sintió estafado, decidió reinventar la fiesta”.
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Para hoy dejé la relectura de Cuaderno amarillo, un magnífico diario de Pániker. Al abrirlo, el azar me deparó estas líneas de cercanas resonancias:

“Que un hombre inteligente e ilustrado como Azaña perdiese la contienda, y un militar mediocre y astuto como Franco la ganase, es el mejor resumen del trágico desfase español. Con el resultado de cuarenta años de oprobio y fealdad”.

Salvador Pániker supo ocupar bien todos los espacios, incluidos los de su fecunda vejez. No en balde, tuvo siempre sentido de kairós, como el nombre de su vieja editorial indica. Que en paz descanse.

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