Salvador Pániker (foto tomada de La Vanguardia, Barcelona)
Domingo de nubes. El Primer testamento (1985)
se abre con la reproducción de un espléndido texto autobiográfico que Pániker
había publicado en la revista El Urogollo,
con motivo de sus cuarenta años. Lo leí, justamente, cuando llegué a los míos,
y me pareció estupendo, tanto, que lo usé como modelo para una página escrita bajo
confesa imitación. Ayer, al enterarme de la muerte del querido autor, busqué
los libros suyos que me han acompañado estos años de diarista empedernido, y el
primero fue, sin dudas, este “ejercicio” (así lo llamó) con el que se inicia su
primer atisbo, en 1970. Lo copio, en su memoria y como un saludo “Pániker” a
quienes ahora llegan o han llegado a esa edad que él pudo doblar con creces:
Usted ha
conseguido la nada despreciable edad de cuarenta años (cuarenta y tantos, si
ponemos este manuscrito al día), ha recorrido mundo, cosechado un cierto
estatus, y ahora de repente (aproximadamente de repente) ha decidido someterse
a una experiencia nueva, despedazar el material acumulado, remodelar la masa
oscura de los años, ajustar cuentas o reinventar la fiesta.
Con ligera
dependencia de los barbitúricos.
Usted
nació en el año veintisiete (de este siglo), que fue un año literario y
peculiar, aeronáutico y de primeras piedras; año del charleston y del Sein und Zeit, del vuelo de Lindbergh y del primer cine
sonoro; nació bajo el signo de piscis que es signo de sabiduría o de misterio,
dicen, en el número 36, piso tercero, puerta segunda, de una calle de la parte
alta de una húmeda ciudad fundada por Amílcar Barca, y que con el tiempo habría
de llamarse De Ferias y Congresos.
Usted pasó en la inopia (mental) los primeros meses, años, de su vida; sin
enterarse de que fue contemporáneo de Scott Fitzgerald y de James Joyce, y de
Unamuno, Henri Bergson, Pirandello, Stanislavsky, Sigmund Freud, García Lorca y
don Ramón del Valle Inclán (habiéndosele escapado Rilke por un pelo); sin
enterarse de que en el veintiocho Stalin deportó a Trotsky, Ravel compuso Bolero, Aldous Huxley publicó Contrapunto; de que en el veintinueve se produjo el Stok
Market Crash, la gran crisis del
capitalismo pre-keynesiano; de que en el treinta, el Mahatma Ghandi inició
campaña de desobediencia civil, los franceses comenzaron la construcción de la Línea
Maginot, Max Schemeling ganó el
campeonato de los pesos pesados, Stravinsky estrenó la Sinfonía de los
Salmos, Marlene Dietrich cruzó las
piernas y algún astrónomo descubrió un planeta nuevo.
Pero ya a
partir de aquí parece que empezó a enterarse usted de alguna cosa; una tarde,
hacia las cinco, estando solo, sintió un estremecimiento tenue, una sorpresa,
un vértigo, un vacío, una agitación de las neuronas; acababa de orinar y
descubrió que estaba vivo, se asombró de estarlo, le nació un hilillo de
conciencia, por así decirlo, y a continuación usted creció, engordó le mordió
un perro, fue al dentista, se casó, compró zapatos, tuvo hijos, se bañó en el
mar, y de pronto descubrió que ya era viejo; sintió un deseo vago de esconderse
en Grecia, o en el Alto Nilo, con hábito y capucha; empeoró su faringitis
crónica, creció su dependencia de los barbitúricos, se le vino encima el
material oscuro de los años, se sintió estafado, decidió reinventar la fiesta”.
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Para hoy dejé la relectura de Cuaderno amarillo,
un magnífico diario de Pániker. Al abrirlo, el azar me deparó estas líneas de
cercanas resonancias:
“Que un
hombre inteligente e ilustrado como Azaña perdiese la contienda, y un militar
mediocre y astuto como Franco la ganase, es el mejor resumen del trágico
desfase español. Con el resultado de cuarenta años de oprobio y fealdad”.
Salvador Pániker supo ocupar bien todos los
espacios, incluidos los de su fecunda vejez. No en balde, tuvo siempre sentido
de kairós, como el nombre de su vieja
editorial indica. Que en paz descanse.
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