Foto de la gran Dora Maar. Picasso pintanto Guernica. 1937
Lo conocí en la hermosa voz de Esther Plaza, una
tarde del 73, viendo un programa de la Televisora Nacional, en el que la
estupenda actriz leía poemas de españoles (Sahagún, Aub). Poco después, tuve la
suerte de encontrarlo en un libro de su autor. Hoy, por el día, lo leo de nuevo
y trato de recordar en vano el tono de la primera vez y siento que también en
Guernica está mi patria.
Es un poema de Carlos Álvarez (Jerez de la
Frontera, 1933):
Hoy ha
llovido abril sobre mi sangre…
la guerra
dicen que
terminó hace muchos años,
el paisaje
es aquí
diferente:
tiene
sujeto a
la maleza
el sombrío
color de los mineros,
pero es
verde el metal;
pasan los
ríos
cansados
del trabajo, vestidos
con el
traje común de las faenas;
nada
sugiere
la tarjeta
postal para el disfrute
del que
paga con marcos,
libras,
dólares…
Y porque
ocurre
que el
lunes era día veintiséis,
hoy miro
al cielo, escucho
si vuelven
los aviones de Guernica,
si
proyecta
la cruz
gamada el sol sobre los campos,
sobre este
campo herido…
busco
descubro
en mis raíces,
encuentro
que
también en Euzkadi está mi patria…
que
también en Guernica está mi sangre.
(Carlos Álvarez, Guernica, en Noticias del más acá, Madrid,
Bilbao, 1962-63)
Carlos Álvarez es el autor de Aullido
de licántropo.
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GUERNICA
Juan Larrea, al escribir acerca del toro y el
caballo refutó al propio Picasso, quien hizo declaraciones contradictorias
sobre el significado de esos animales en su famoso cuadro. En una ocasión
–afirma Larrea- “Picasso permitió decir
a Jerome Seckler en su nombre, que el caballo representaba al pueblo y el toro
la brutalidad”. Más tarde, en una entrevista de 1947, respondió que no se había
servido de ningún símbolo y que el toro era sólo un toro y el caballo sólo un
caballo.
Mirando algunos trabajos anteriores de Picasso (Minotauromaquia y Sueño y Mentira de Picasso) y, sobre todo, los bocetos iniciales de
Guernica,
Larrea encontró que el pintor distinguía claramente entre dos tipos de caballo:
el alado, noble, “símbolo de la virtualidad poética”, y el jamelgo de pica, que
representa lo contrario. Sobre datos como ese, escribió:
“…para la
sensibilidad española que emite sus mejores vibraciones, como se sabe, cuando
la muerte lo puntea, no existe animal de nobleza comparable a la del toro. Por
el contrario, el caballo de las corridas –diametralmente opuesto al que dio
origen a la voz cortesana ‘caballerosidad’- es un animal achacoso, ridículo, un
cadáver ambulante, una basura sin la más lueñe dignidad biológica. Es una
bestia de mala muerte, según se dice en castellano, de muerte infame. Ocurre así
que cuando la sensibilidad española pretende representar algo decrépito en lo
que se congregan ridículamente los residuos del pasado, idea que es la que
Picasso tiene del franquismo, no dispone de símbolo más acertado que el caballo
de pica”.
¿Y la mujer de Guernica? Acá, Larrea no duda:
“Esa
mujer, cuya fisonomía y actitud fueron tomadas por Picasso de Dora Maar, su
compañera de entonces, representa, como se expondrá después, la República
española”.
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Todo lo anterior no es más que una excusa para
recordar la fecha. Este 26 de abril se
cumplen 80 años de la “explosión de la muerte interminable” (Valente) sobre un
pueblo de Vizcaya.
Leo el poema de Valente (cumpleañero ayer)
sobre el cuadro de Picasso:
PICASSO-GUERNICA-PICASSO: 1973
No el sol,
sino la súbita bombilla pálida ilumina
la
artificial materia de la muerte.
El espacio
infinito de una sola agonía,
las
repentinas formas rotas
en mil
pedazos de vida violenta
sobre la
superficie lívida del gris.
No el sol,
sino la pálida
bombilla eléctrica
del frío
horror que
hizo nacer
el gris
coagulado de Guernica.
Nadie
puede tender sobre tal sueño
el manto
de la noche,
callar tal
grito,
tal
lámpara extinguir
que
alumbra
la
explosión de la muerte interminable,
la cámara
interior donde no puede
reposar ni
morir en el gris Guernica
la
memoria.
(José Ángel Valente, Interior con figuras)