Arturo Michelena. Carlota Corday camino del cadalso
Ni en la modesta
biblioteca de mi padre este autor podía encontrarse fácilmente. En cambio, el
libro clásico de Lamartine sobre la Revolución Francesa, con sus tres tomos
empastados, ocupaba un lugar de privilegio. Casi oculto, como si los
interdictos decretados sobre su nombre lo siguieran hasta Barquisimeto, a
Anatole France había que descubrirlo detrás de alguna fila o en el extremo no
visible de un estante. Fue así como me topé una mañana con Los dioses tienen sed. Mi
fervor por los surrealistas había pasado y aquel panfleto llamado “Un cadáver”
en nada mermó mi curiosidad por leer al denostado France. Antes bien, la había
incrementado, y mi hallazgo se hizo aún más feliz mientras avanzaba sobre las
páginas de esa magnífica novela sobre el Terror.
Hoy he vuelto, por puro
azar, a esa pequeña edición argentina de 1944. En sus páginas encuentro de
nuevo vivas resonancias.
Acabo de leer que “la
ciudadana Gamelin” ha dicho que “a fuerza de comer castañas” se volverán “castaños”.
Es el 1 de julio y “ella y su hijo” ese día sólo han comido castañas cocidas.
Para el jacobino Evaristo Gamelin todo se debe a la “guerra económica” de los “acaparadores
y los agiotistas” quienes los “condenan a pasar hambre, de acuerdo con los
enemigos de afuera”, para que los ciudadanos odien a la Revolución.
Gamelin discurre frente
a su madre y trata de explicarle la necesidad del control de precios sobre la
harina y otros alimentos, así como también la sana decisión de guillotinar “a
cuantos fomenten la insurrección y pacten con las naciones extranjeras”. “Confiemos
en Marat”, dice al final de su discurso.
“La ciudadana Gamelin
meneó la cabeza y dejó caer la escarapela mal prendida en su cofia:
-No te apasiones, Evaristo. Ese Marat es un hombre como los otros y no
vale más que los otros. Tú eres joven, iluso, entusiasta. Lo que ahora dices de
Marat, lo habías dicho ya de Mirabeau, de Lafayette, de Petion, de Brissot.
-¡Nunca! –exclamó Gamelin, sinceramente desmemoriado.
Pocas páginas más
adelante, Anatole France conduce a Evaristo al lugar donde se entera de que han
matado a Marat. “Estaba en el baño y le asesinó una mujer venida ex profeso de
Caen para realizar el crimen”.
Gamelin –nos dice el
novelista- “se quedó paralizado… abatido
por el dolor. La fiebre de sus ojos abrasaba sus lagrimales; ni llorar podía”.
De inmediato, venganza y
sangre, porque los dioses tienen sed.
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Dejo a France y busco a
Lamartine para leer la breve carta que Carlota le escribió a su padre, con esta
cita de Corneille:
El crimen, no el patíbulo, deshonra.
Al día siguiente, cuenta
Lamartine, Carlota fue llevada, a las ocho de la mañana, al Tribunal
Revolucionario…
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