sábado, 4 de marzo de 2017

Los dioses tienen sed (novela del Terror)





 Arturo Michelena. Carlota Corday camino del cadalso

Ni en la modesta biblioteca de mi padre este autor podía encontrarse fácilmente. En cambio, el libro clásico de Lamartine sobre la Revolución Francesa, con sus tres tomos empastados, ocupaba un lugar de privilegio. Casi oculto, como si los interdictos decretados sobre su nombre lo siguieran hasta Barquisimeto, a Anatole France había que descubrirlo detrás de alguna fila o en el extremo no visible de un estante. Fue así como me topé una mañana con Los dioses tienen sed. Mi fervor por los surrealistas había pasado y aquel panfleto llamado “Un cadáver” en nada mermó mi curiosidad por leer al denostado France. Antes bien, la había incrementado, y mi hallazgo se hizo aún más feliz mientras avanzaba sobre las páginas de esa magnífica novela sobre el Terror.  

Hoy he vuelto, por puro azar, a esa pequeña edición argentina de 1944. En sus páginas encuentro de nuevo vivas resonancias.

Acabo de leer que “la ciudadana Gamelin” ha dicho que “a fuerza de comer castañas” se volverán “castaños”. Es el 1 de julio y “ella y su hijo” ese día sólo han comido castañas cocidas. Para el jacobino Evaristo Gamelin todo se debe a la “guerra económica” de los “acaparadores y los agiotistas” quienes los “condenan a pasar hambre, de acuerdo con los enemigos de afuera”, para que los ciudadanos odien a la Revolución.

Gamelin discurre frente a su madre y trata de explicarle la necesidad del control de precios sobre la harina y otros alimentos, así como también la sana decisión de guillotinar “a cuantos fomenten la insurrección y pacten con las naciones extranjeras”. “Confiemos en Marat”, dice al final de su discurso.

“La ciudadana Gamelin meneó la cabeza y dejó caer la escarapela mal prendida en su cofia:

-No te apasiones, Evaristo. Ese Marat es un hombre como los otros y no vale más que los otros. Tú eres joven, iluso, entusiasta. Lo que ahora dices de Marat, lo habías dicho ya de Mirabeau, de Lafayette, de Petion, de Brissot.

-¡Nunca! –exclamó Gamelin, sinceramente desmemoriado.    

Pocas páginas más adelante, Anatole France conduce a Evaristo al lugar donde se entera de que han matado a Marat. “Estaba en el baño y le asesinó una mujer venida ex profeso de Caen para realizar el crimen”.

Gamelin –nos dice el novelista- “se quedó paralizado… abatido por el dolor. La fiebre de sus ojos abrasaba sus lagrimales; ni llorar podía”.

De inmediato, venganza y sangre, porque los dioses tienen sed.
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Dejo a France y busco a Lamartine para leer la breve carta que Carlota le escribió a su padre, con esta cita de Corneille:

El crimen, no el patíbulo, deshonra.

Al día siguiente, cuenta Lamartine, Carlota fue llevada, a las ocho de la mañana, al Tribunal Revolucionario…


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