miércoles, 4 de enero de 2017

El caballo de Turín



El caballo de Turín. Película de Béla Tarr
 
Seis de la mañana y una imagen: el caballo de Turín. Es el de Béla Tarr. También de Nietzsche, por supuesto. Lo recordó así Frédéric Pajak (La inmensa soledad):

“Primeros días de enero de 1889. Friedrich Nietzsche sale de su casa. En la estación de coches, ve (o cree ver) un pobre caballo maltratado con saña por su cochero. De pronto se abalanza sobre el cuello del animal y lo abraza llorando, antes de derrumbarse, presa de un ataque de apoplejía. Su casero Davide Fino, lo recoge y consigue llevárselo a casa. Nietzsche permanece inmóvil y mudo, durante horas y horas, tumbado en el canapé. Durante los días que siguen, se lanza sobre el piano. Y lo que sale por la ventana de la pequeña habitación es una música que podríamos calificar con propiedad de espantosa. Gritos, cánticos y los más variados monólogos funestos se mezclan con los acordes arrastrados y disonantes.

Nietzscehe tiene cuarenta y cuatro años. Está loco de manera irremediable”.
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El caballo de Nietzsche también lo fue de Dostoievski, como lo refirió Ricardo Piglia en una nota de un diario suyo incluido en Formas breves (Anagrama, Barcelona, 2000. Pag 86):

Lo increíble es que la escena (la de Nietzsche) es una repetición literal de una situación de Crimen y castigo de Dostoievski (capítulo 5 de la I parte) en la que Raskólnikov sueña con unos campesinos borrachos que golpean un caballo hasta matarlo. Dominado por la compasión, Raskólnikov se abraza al cuello del animal caído y lo besa. Nadie parece haber reparado en el bovarismo de Nietzsche que repite una escena leída. (La teoría del Eterno Retorno puede ser vista como una descripción del efecto de memoria falsa que produce la lectura
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Poco antes, Cósima Wagner había tenido noticias de Turín. Su amigo ya era el dios Dionisos. Juan Gil-Albert, en un magnífico poema dedicado a los carteros, recrea el instante en que ella se entera:

Paso a paso
distribuye este hombre entretenido
las nuevas que banales o apremiosas
le han sido confiadas.

Pero un día
deposita ese sobre que contiene
con fiero laconismo el gran suceso
de una generación. Alguien descifra:
-una mujer velada y temblorosa-
“Ariadna, te amo”. Y es que Nietzsche
acaba de sumir su genio augusto
en la locura eterna.

En el piso 3º del número 6 de la via Caro Alberto, en Turín, un hombre se aferra a las pruebas de su último libro: Nietzsche contra Wagner. Entra Franz Overbeck “para llevarse a su amigo antes de que lo encierren en algún asilo italiano de mala muerte” (Pajak).

Al día siguiente parten juntos para Basilea. En el trayecto, dice Pajak, Nietzsche canta con una melodía extaña su poema dedicado a Venecia.

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