Waterhouse: Lady Shalott, la dama del lago, ícono de la Tate
Cuatro de la mañana y
domingo. Aclaro de una vez que con el “agua de borrajas” no me refiero a ningún
hecho político de mi país o a algo que esté sucediendo o por suceder en el
Museo Alejandro Otero. No. Dejo para otra ocasión ese campo minado de
susceptibilidades. Si bien acá se hablará de un jesuita, su presencia es
directa y no vicaria, como en otros espacios de la actualidad.
Ocurre que mi primera
lectura de la mañana fue una carta de Gerard Manley Hopkins, en la que éste
lamenta que su amigo Bridges (su futuro editor póstumo) no haya vuelto a leer
el Deutschland.
El jesuita confiesa que se trata de un poema deliberadamente oscuro, “pues a la
verdad no tenía demasiadas ganas de que el significado de todo ello fuese
absolutamente claro” o “inequívoco, por lo menos”. Sin embargo –y he aquí lo
que podríamos considerar el esbozo de una poética de la lectura-, le añade
estas palabras para alivio de todos:
“…sin el esfuerzo que
pareciera haber requerido su desciframiento, haberlo leído empero de tal modo
que los versos y las estrofas permanecieran en la memoria, y las impresiones
superficiales se hubieran profundizado, y algunas te habrían gustado sin que
tuvieras que agotarlas todas. ¡Toma! si a veces uno goza y admira los mismos
versos que no puede entender…”
Lo mismo cupo para el
poema Eurídice, cuya única copia Hopkins le remitió con la carta,
advirtiéndole:
“No escribas sobre ello con agua de borrajas; en seguida te diré lo que
es eso, y hasta entonces perdona el uso del término”.
--
Prometerse un “estudio”
de algo que está por “descifrarse”, sin antes sentir una emoción verdadera o el
gusto por su forma o su sonido, no suele deparar más que “agua de borrajas”.
Acercarse con curiosidad y entrega, en cambio, nos permite el goce de oírla
correr, cristalina, por la página. Tal vez no nos deje nada más que una palabra
rara. Y es bastante.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario