domingo, 16 de octubre de 2016

La guerra civil y el presupuesto

José Manuel Balmaceda

En un libro sobre historias chilenas del siglo XIX, tras leer una estupenda crónica sobre la Picantería (la famosa tertulia de los Amunátegui),  encuentro un ensayo acerca del suicidio de Balmaceda, escrito por el joven historiador Andrés Baeza. En pocas páginas, Baeza recorre el drama (personal y colectivo) que Chile vivió ese terrible año de 1891: la cruenta guerra civil y el suicidio del presidente derrocado. Al mencionar los motivos de la feroz contienda, Baeza recuerda que una de las cosas señaladas como detonante bélico fue la decisión del presidente Balmaceda de aprobar por sí mismo el presupuesto de su gobierno, sin tomar en cuenta al Congreso, único poder público con potestades en materia de autorización presupuestaria.

Salvando las distancias, los motivos y las enormes diferencias, quiera dios que la asociación que podamos hacer entre lo que ahora pasa en Venezuela, con lo ocurrido en Chile hace 125 años, no sea ominosa, sino sólo ilustrativa, y, sobre todo, aleccionadora. Tan dados como somos a la falacia analógica, se desea también que no hagamos mecánicas comparaciones…
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El descriptivo trabajo de Baeza me recordó la silueta que Pablo Neruda estampó de Balmaceda en su enorme Canto General. En particular, el momento del suicidio en la legación argentina:

Sin suscitar la menor sospecha acerca de lo que planeaba, la noche del 18 de septiembre Balmaceda estuvo charlando con Uriburu y le entregó  una carta dirigida a su esposa Emilia y otra para su madre, ‘encargándole con cierto calor inusitado en él que las hiciera llegar con seguridad’. Luego alcanzó a dormir unas horas, al parecer, antes de levantarse para ordenar la cama y los escasos muebles de la habitación. Dejó una carta a Uriburu sobre la cabecera de la cama; su reloj  y su billetera, con tres mil pesos de la época, los dejo sobre la mesa (…). Se asomó un instante por la ventana y miró por última vez la cordillera. Su cuidada vestimenta correspondía a la de un hombre de su rango: con un elegante traje negro, que a la vez representaba un riguroso luto, procuraba verse como todo un caballero. Siendo las ocho de la mañana del 19 de septiembre de 1891, se recostó en su cama y, asiendo la pistola con la mano derecha, apuntó a la sien y jaló el gatillo que le perforaría la cabeza”.

Neruda, como corresponde a su poesía, se detuvo en el instante de la ventana y vio que por los ojos de Balmaceda entraba el paisaje de la patria.

Leyendo esas páginas chilenas, más que en los hechos, pienso en algo que lastimosamente parece escasear ahora entre nuestros gobernantes: vergüenza y dignidad.


(El texto de Andrés Baeza que he referido se titula “La muerte de José Manuel Balmaceda”. Está dentro del libro colectivo Historias del siglo XIX chileno. Vergara, 2006) 

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