miércoles, 10 de agosto de 2016

¡Que haya poetas en el Comité Olímpico!




Alabó Píndaro la audacia de los cuerpos y el fulgor de las carreras. No escatimó loores para quienes, por sus triunfos en los juegos, alcanzaron una dulce placidez por el resto de sus días. Así, cantó a Hierón de Siracusa, quien amaba los caballos y en el año 476 fue vencedor indiscutido.  

Al comienzo de ese canto, tenido por Luciano como el más bello de todos, Píndaro hizo la alabanza del agua y del oro, “como ardiente fuego”, pero los primores de su himno los reservó para ensalzar a los vencedores en Olimpia, premiados por los dioses.  

Los juegos volvieron, pero sin Píndaro, que a nadie parece hacerle falta en este tiempo, salvo al excelente poeta español Juan Antonio González Iglesias, quien publicó en el 2005 un bellísimo libro titulado Olímpicas, de donde tomo estas palabras a las que me adhiero: 

Más allá de las ceremonias, de los récords y de los músculos, los modernos debemos al Barón de Coubertin el lujo de ordenar nuevamente nuestras vidas según el ritmo olímpico, como si fuéramos arcaicos. Yo, que vine a este mundo tras los Juegos Olímpicos de Tokyo, estoy escribiendo estas líneas tras los de Atenas. Sería despropósito celebrar aquí mi cuadragésimo aniversario. En cambio, creo que no lo es festejar mi décima olimpíada, y pedir otras tantas a los dioses, incluso algunas más, cuya candidatura ni siquiera haya sido presentida por las neuronas de los mandatarios. Al paso, se me ocurre que ciertos poetas entusiastas deberían ser miembros vitalicios del Comité Olímpico Internacional, con tanto o más motivo que los deportistas retirados, los burócratas impenitentes y los últimos príncipes. 

De acuerdo: ¡que haya poetas en el Comité Olímpico!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario