domingo, 24 de abril de 2016

Una catedral para el Quijote


Joan Ponç


De que es hermoso el modo como concluye Fernando del Paso su ensayo sobre el “aposento desaparecido”, no tengo dudas. Me refiero a uno de los capítulos de su magnífico libro Viaje alrededor de El Quijote. Pero antes de citarlo, pasemos unos minutos por el aposento.  

El cura acaba de tomar en sus manos un libro de pequeño formato. Por eso mismo, lo cree de poesía y no de andanzas de caballeros. Cuando lo abre ve que es la Diana de Jorge de Montemayor y se dispone a indultarlo, junto con otros del mismo género, porque esos libros “no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho”.  Cuando la sobrina de Quijano oye el dictamen del licenciado Pero Pérez (“que así se llamaba el cura”), se asusta y alega que la Diana también debe ir a la hoguera, no vaya a ser que su tío, curado de la enfermedad caballeresca, se le antoje después por hacerse pastor “y andarse por los bosques y prados, cantando y tañendo”. Y peor todavía, dijo, ominosa, la sobrina: que se haga poeta, que es “enfermedad incurable y pegadiza”. El cura le da la razón y accede a la quema de todas las novelas pastoriles que hay en la biblioteca, pero a la Diana de Montemayor, le cambia la pena: en lugar de lanzar todo el libro a la pira, le quitará las páginas que tratan de la sabia Felicia y del agua encantada y “casi todos los versos mayores”. Me alivia imaginar que la sextina doble de la Diana va a ser favorecida con el “casi”.   

Entre los libros pastoriles (estoy viéndolos) hay uno que bien conoce el barbero: La Galatea de Miguel de Cervantes, gran amigo suyo, “más versado en desdichas que en versos”. No lo eximen del auto fe, pero deciden esperar por una segunda parte que el autor ha prometido. Tal vez con ella logre merecer misericordia. Entre tanto, el barbero guardará el libro en su posada. Por manía de lector, me complace que –por ahora- también se está salvando una sextina, cuyas seis palabras-rima integran tres parejas de opuestos: “noche, día; llanto, risa; muerte, vida”. 

Salgamos del aposento y recordemos. Concluida como fue la chamusquina, cura y barbero recomendaron tapiar el cuarto. Y así se hizo  Cuando dos días después Don Quijote se levantó y fue a ver sus libros”, se sintió perdido en la casa. No estaba el aposento en su sitio. La imagen del hidalgo tocando mecánicamente la pared en el lugar donde suponía la puerta de la biblioteca, no sólo es cruel. Vale oro cinematográfico.  

Vino un encantador sobre una nube”, relató al tío la sobrina, “entró en el aposento… salió volando por el tejado y dejó la casa llena de humo; y cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimos libros ni aposento alguno… dijo en altas voces que por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos libros y aposento dejaba el daño… Dijo también que se llamada Muñatón”.  

Frestón diría”, corrigió Don Quijote. “Me tiene ojeriza”.
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Fernando del Paso se divierte con lo que parece una inconsistencia de Cervantes en las páginas que dedicó al aposento desaparecido. Cuando ya está uno a punto de recriminarle por qué se dedica a cazar esas goteras de lector realista, a quien no le cuadran ni el muro en la puerta, ni la ventana, ni tanto despiste, viene y dice (esta sí es la cita anunciada al comienza): 

De todos modos, de nada sirvió tapiar la puerta del aposento, porque para Don Quijote había otras puertas por donde entrar y salir. 
 (…)  

Mi señor Don Quijote… usted no tiene ni idea de lo que es un aposento que tiene un piso, un techo, y una o dos, o tres, o cuatro paredes que comparte con otros aposentos. De albañilería, mi señor, no sabe usted un ardite. Pero no se preocupe: don Miguel de Cervantes construyó, para usted, y para que la habite hasta el fin de los siglos, una catedral”.

Y uno no tiene más que decir "chapeau".
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(La primera edición de Viaje alrededor de El Quijote de Fernando del Paso fue publicada por el Fondo de Cultura Económica en 2004. Hoy, doce años después, el mexicano recibe el Premio Cervantes).
 
 

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