domingo, 17 de abril de 2016

La biblioteca


Instalación. Laberinto de libros en el Royal Festival Hall, de Londres, julio 2012.
Foto: Olivia Harris. Reuters
 
Para algunos es el universo, como dijo Borges al comienzo de uno de sus cuentos. En otra ocasión, al concebir el paraíso se lo figuró bajo su forma. Durante varios años, y ya ciego, dirigió en su patria la que fundó Moreno.  

Hace poco Horacio González, hablando de la misma (que también dirigió admirablemente), la comparó con una ciudad. Sin decirlo, estaba citando a Borges (“De esta ciudad de libros hizo dueños/ a unos ojos sin luz”).  

“Comarca de fantasmas”, llamó Picón Salas a la suya, merideña.
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Aunque sean pequeñas, siempre son casas. Algunas van creciendo hasta desbordar la heredad que las alberga.
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Esta noche, el poema elegido se refiere a una de ellas.  

Desde ayer anda rondando esa familia. Ayer fue el tío (Gil-Albert), con los carteros. Hoy es el sobrino, con la biblioteca. 

La biblioteca  

Esta es la vieja biblioteca, que por extraños avatares de las guerras carlistas
vino a parar a este bajo techado de la cámara
-y el escritorio donde se firmaron las sentencias de muerte-.
Existen tratados de metafísica,
cartularios, manuales de agricultura, poesías completa,
odas y dísticos, mapas con eolos y céfiros.
Paso vagamente las páginas. Y las cierro.
Los transporto del estante de la derecha al de la izquierda,
del de la izquierda al de la derecha;
saco de alguno de ellos recetas de un médico,
tarjetas enviadas por un confuso individuo a su mamá
desde Solingen. Voy a mirar los cepos.
Vigilo la parada del agua.
Hago café. Subo de nuevo hasta el desván. Me detengo
en el rellano. Olvidaba la llave,
la llave de la cripta, donde se amontonan las mecedoras.
He contemplado fijamente los libros. Están los gruesos,
los más gruesos, los crujientes, los blandos.
Fijamente los he contemplado, los blandos, los más
blandos.
Los he vuelto a amontonar y arrojar en los cestos
una vez y otra, como medidas de áridos.
A veces me detengo junto a la biblioteca, esa es la verdad,
le doy algunas vueltas, manoseo su mapamundi,
los “Nueve años de vida errante” de Cabeza de Vaca,
el “Fuero Juzgo”.
Y los transporto del estante de la derecha al de la
izquierda,
del de la izquierda al de la derecha. 

(César Simón. Valencia, España. 1932-1997)

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