viernes, 29 de abril de 2016

La amiga de Milena


Margarete Buber-Neumann
 
Ayer, en Página/12, leí un estupendo artículo del escritor Mario Goloboff. El artículo se titula “Rehenes” y comienza refiriéndose a Víctor Kravchenko, un ruso, “ingeniero comunista, capitán del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial", quien fue uno de los primeros en denunciar las hambrunas que la colectivización forzada impuso en los campos de Rusia, así como la represión que llevó a miles de hombres y mujeres a los llamados "Gulags".
 
Kravchenko -refiere Goloboff- desertó del Partido Comunista y de la Unión Soviética "en abril de 1944, al ser enviado en misión comercial a los Estados Unidos". Poco tiempo después "fue acusado por una revista francesa (Les Lettres Françaises) de trabajar para los intereses del imperialismo y de las agencias norteamericanas de inteligencia". Por esa razón, él se querelló contra la revista acusándola de difamación.  

En ese juicio de Kravchenko hará su aparición una mujer que es el gran personaje del artículo de Goloboff. Se trata de otra “rehén del siglo XX”: la alemana Margarete Buber-Neuman, comunista, prisionera del estalinismo y del nazismo, vale decir, habitante de dos de los grandes infiernos del siglo XX y cuya vida todavía está pidiendo mayores acercamientos, tanto de la literatura como del cine. 

Durante el juicio de Kravchenko, a quien la izquierda europea detestaba, ella compareció como testigo de excepción. La autenticidad de sus dichos fue un factor básico para que el demandante ganara el polémico proceso, así como para problematizar a varios intelectuales que defendían fanáticamente al régimen soviético. Fue el caso de Simone de Beauvoir, conmovida por los testimonios de Margarete.
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Margarete nació en Postdam a comienzos del siglo XX. Su apellido de soltera era Thuring. Obtuvo el Buber, por haberse casado con Rafael Buber, hijo de Martin, el célebre filósofo judío. El Neumann, por su segundo matrimonio. Precisamente, con su esposo Heinz Neumann se exilió en la Unión Soviética, al producirse el ascenso de los nazis al poder.  

Tras su trabajo en la guerra civil española, Neumann fue llamado a Moscú. Allí lo esperaba una de las implacables purgas de Stalin. Fue condenado y ejecutado, sin que Margarete se enterase del trágico destino. Ella, por su parte, había ido a parar a un campo de trabajos forzados en Siberia, donde comenzó el calvario que contaría después en su libro "Prisionera de Stalin y de Hitler".  

En el año 39, en virtud del pacto ruso-alemán (Molotov-von Ribbentrop), Margarete fue entregada por los rusos a la Gestapo. En la Alemania de Hitler pasaría varios años en un campo de concentración. Una vez liberada, en 1945, viajó a Suecia, donde vivió tres años. Más tarde iría a París. En el 49 dio el mencionado apoyo al ruso Víctor Kravchenko. En los cincuenta retornó a Alemania. Falleció en Frankfurt, en 1989, pocos días después de la caída del Muro de Berlín.
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Hay algo muy hermoso que no olvida Goloboff en el artículo: la inmensa fraternidad entre Margarete y Milena Jesenská, la amiga de Kafka. Sobre ella escribió Margarete una biografía. Juntas concibieron un libro acerca de los totalitarismos por ellas sufridos. Se habían conocido en el campo de concentración de Ravensbrück. Allí Milena le habló de Kafka, y de su trabajo de periodista y traductora. Alli Margarete le relató su vida. Hicieron un pacto para la memoria de sus tiempos. Milena Jesenská murió en sus brazos.
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Todorov, en su libro “Memoria del mal, tentación del bien”, dedica un capítulo a Margarete Buber-Neumann (“El siglo de Margarete Buber-Neumann”). En sus páginas hace una estupenda semblanza de la gran alemana. Recuerda cómo en 1945, cuando el Ejército Rojo liberó al gran número de detenidas en Ravensbrück, Margarete (una de las liberadas), que ya los había sufrido, se fue a pie hacia el oeste huyendo de sus “liberadores”. “Tras dos meses errando por una Alemania en ruinas, llegó a la granja de su abuelo (en Baviera). Comenzaba una nueva vida”, dice Todorov.
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Un año antes, Margarete, abatida, se había preguntado: "¿Para qué seguir viviendo si murió Milena?". La respuesta está en los libros de la primera, estimulados por la segunda: para que supiéramos mucho más de Milena y del sentido de la libertad de ambas, capaz de resistir todos los oprobios.
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(El último párrafo del artículo de Mario Goloboff es una piedra de toque. Lo copio: Es interesante ver, a través de tamaña personalidad y de su desgraciado transcurso (la de Margarete Buber-Neumann), alguna de las tramas ideológicas del siglo XX. Porque ésta contribuyó a cimentar la idea, hoy tan difundida y aprobada en Occidente, de que fue marcado por dos totalitarismos que lo signaron de igual modo. Se asienta, efectivamente, en varias pruebas y en hechos sucedidos a lo largo de esos sangrientos años. Pero a la vez oculta o silencia una visión no menos peligrosa, no menos atemorizante: la de un período en el que las fuerzas capitalistas y conservadoras no habrían hecho nada en contra de la humanidad. Calla, como si fuesen fenómenos naturales, el nuevo reparto del mundo colonial, el hambre y la desocupación, las torturas, muertes y matanzas, las feroces dictaduras, la explotación de clases y de poblaciones enteras, el trabajo esclavo, el comercio de órganos, la trata de mujeres, el despojo de la naturaleza, de la tierra y el mar, de los árboles y el aire, la miseria y el atraso de comunidades y de continentes enteros, donde también hubo y hay millones de seres que sufrieron y sufren este ¿cómo llamarlo? totalitarismo silencioso, que nunca dice su verdadero nombre
(Mario Goloboff, Página/12. 28 de abril de 2016).
 
 

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