viernes, 25 de marzo de 2016

Crucificados


Velázquez. Cristo de San Plácido. Detalle
 
Seis de la mañana. Guacharacas. Se nombran ellas mismas.  

Fernando González me regala una maravillosa página de Viernes Santo. Está en Antioquia. Narra en ella la visita a la iglesia para ver las imágenes y detallarlas. Lo acompaña un experto que le va explicando la historia de cada una, aunque el verdadero interés de Fernando es averiguar algo de la aparición que tuvo en la carretera la noche anterior: el Jesús cabezón “que trajeron de Francia” lo detuvo en el camino y le reclamó el haber hecho caso omiso de su llamado a predicar el sermón de la soledad el Viernes Santo. Asustado, Fernando se fue a su casa y antes de acostarse le dijo a su mujer que se pondría a escribir los sermones de la soledad. Por eso está hoy en el templo, con el firme propósito de concluir la Semana Santa “en calidad de predicador” y superar su condición de príncipe frustrado de la Iglesia.  

Tras la descripción que Francisco (el experto en imágenes) le hace de la escultura del Judas, González queda asombrado por la genialidad del escultor Álvaro Carvajal y le dan ganas de “ir a abrazar a los Carvajales de Envigado, entre los cuales “hay muchos grandes hombres incomprendidos”. Francisco le había hecho notar que el Judas tiene “la pupila izquierda más dilatada, que padece de iritis” y que “la expresión de los ojos es soberbia”. Algo así, como los signos de la traición descubiertos por el artista.  

Cuando llegan al Señor Portador de la Cruz, el mismo que se le apareció anoche a Fernando, el técnico le informa que la escultura es obra francesa, pero eso no lo cree el genio de Envigado. Corrijo. Sí lo cree, pero advierte: “Aunque sea así, así no es. Ese Señor es de don Álvaro Carvajal”. Ya la mesa está servida para lo que sigue, pura muestra de palabra fernandina, del novelista, en sus sermones, en sus crónicas y en todo, tanto como en su vida: 

Muchos ruanetas dizque afirman que estas imágenes no son de Misael y de don Álvaro. ¡Qué desgracia ésta de escribir para colombianos! ¿Ignoran que Envigado vale y es capital espiritual de Colombia, a causa del artista? Éste crea la verdad. ¿Qué sería de Envigado, sin nosotros? Don Álvaro, Misael y yo lo hemos creado. Los ‘santos’ son todos hechos por imagineros envigadeños porque así lo exige la fuerza creadora que actúa en mí. El padre Mejía es un grande hombre porque así lo quiere el que me incita a crear. Envigado es capital porque así lo exige aquel que se mueve. Colombia no existe sino a causa de nosotros los imagineros; sin nuestro arte, podría desaparecer y nadie se daría cuenta de ello; ni siquiera subiría el precio del café. ‘Poncio Pilatos envigadeño’ no existe sino a causa del creador. ¿O creéis que los sermones son de vuestro padre Ocampo? Si en alguna parte existe la verdadera propiedad es en el artista. ¿Creéis que don Don Quijote vivió fuera de Cervantes? ¡Pueblo inmundo, humus de humanidad, olayista! ¡Adiós pueblo, hijo mío!... 

El Crucificado es obra maestra. Es el carácter divino. La cabeza caída a la derecha; el cuerpo echado para la izquierda; los músculos de las pantorrillas recogidos en nudos, acalambrados. La corona, las facciones y, sobre todo, frente, nariz y párpados son iguales en arte a lo mejor de Grecia. Esta obra, junto la Cruz, incomparable, digan lo que dijeren los historiógrafos es de autor envigadeño, anónimo, anterior a Misael… 

(…) 

El Señor Caído. ¡Ese no! Es de autor medellinense…” 

Sin duda, González no gustaba de la exageración en la escultura. Con acierto, la reservaba para sí algunas veces.
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Dejo a González y voy por Unamuno: 

“…Y llueve sangre/ de las manos de Cristo taladradas 

En ellas, diría González, podemos aprender mesura.

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