domingo, 21 de febrero de 2016

Un verso de Cadenas y Chirinos


Eduardo Chirinos (Lima, 1960 - Missoula, 2016)
 
Domingo de nubes con sol y un poema de Chirinos sobre el nuevo arte de hacer poemas. Chirinos se levanta temprano y hace ejercicios para el cuello y para los brazos (quiere evitar su “molesta rotación”). Se prepara el desayuno y copia al azar un libro. Miente, dice (por lo del azar, pienso yo, que estoy glosando a Chirinos). Él recuerda que ayer les leyó a sus alumnos el poema “Musée des beaux arts”, de Auden y comentó el Ícaro de Brueghel. Le da vueltas al café con una cucharita, abre una página y lee: “Tuya es la imagen disciplinaria/ que me refrena del agradable error, de las garras/ del turbulento desorden”. Informa que el maestro es James y que Auden visitó su tumba en la primavera del cuarentaiuno, cuando seguramente ya los alemanes habían bombardeado Birmingham y le dejó unas violetas (como las que Cernuda le dejó a Larra un día). Yo decido parar la glosa (ese era mi ejercicio) y copiar (otro ejercicio) el resto del magnífico poema de Chirinos:  

Me gusta la serenidad de Auden.
La severa inflexión que impone a su desorden,
el asomo de error que nunca falla. Siempre
lo supe, viejo Auden, sólo quien se sabe presa
del desorden se exige disciplina. Esta mañana
he hecho media hora de ejercicios, he tomado
el desayuno y leído estos versos de Lope (a
quien Auden con toda seguridad desconocía):
"Porque a vezes lo que es contra lo justo
por la misma razón deleyta el gusto" 
 
(Eduardo Chirinos, Arte nuevo de hacer poemas, de Mientras el lobo está).
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Ayer leí que Chirinos murió el miércoles pasado. El próximo mes iba a cumplir 56. Hace cinco años, en Lima, compré dos de sus libros. Uno es de poemas: Breve historia de la música. El otro, de ensayos: Los largos oficios inservibles. En uno de los textos de este último cuenta una magnífica anécdota en la que aparecen Rafael Cadenas y Carlos Contramaestre. Cadenas, con un verso que Chirinos retoca en su recuerdo, y Contramaestre, en Madrid, como el amigo que lo iniciaba en el conocimiento de la poesía venezolana y -de algún modo- en el oficio de ser también “contramaestre”.  

Transcribo la estupenda página de Chirinos con Contramaestre, con el verso de Cadenas y con eso que a todos alguna vez nos pasa:  

Cuando vivía en Madrid (estoy hablando de los años 1986 y 1987) solía visitar a mi amigo, el poeta Carlos Contramaestre, en su oficina de la embajada de Venezuela. En nuestras conversaciones él lograba olvidarse que era agregado cultural y yo que era un simple estudiante becado. De ese modo me fui familiarizando con las obras de José Antonio Ramos Sucre, de Juan Sánchez Peláez y de Rafael Cadenas, de quien solo había leído ‘Derrota’ porque es el único poema suyo que aparece en las antologías. Cuando se lo comenté, Carlos puso sobre el escritorio todos los libros que tenía de Cadenas y en un gesto muy suyo me los regaló, no sin antes decirme: ‘Eduardo, tienes que escuchar esto’, y abriendo al azar uno de los libros me leyó en voz alta un poema. No puedo recordar de qué poema se trataba, pero un verso suyo me cautivó para siempre: ‘Las palabras que recorrí con mi padre’. La imagen del muchacho que recorre con su padre un territorio poblado de palabras me hizo ver cuán poderosamente podía un solo verso condensar todo lo que sentía sobre la tradición literaria y, de paso, sobre mi propio padre. Cuando se lo comenté, Carlos mi miró con sorpresa y dijo: ‘¡Pero yo no he leído eso que tú dices!’. Volvimos a revisar el poema y el único verso más o menos parecido que encontramos fue (cito de memoria): ‘Los territorios que recorrí con mi padre’. ¿Qué hizo que mi oído registrara ‘palabras’ allí donde decía ‘territorios’? No hay entre ellas la más remota semejanza que justifique el error. Tampoco hay correspondencias léxica, ni el recuerdo de una palabra descolgada caprichosamente en otro verso. Tuve la vanidad de creer que ese verso me pertenecía, y no tardó en aparecer en un poema que entonces estaba escribiendo. Años después, cuando murió mi padre, el mismo verso volvió a visitarme para decirme su verdad, que es la de todos”.
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Curioso, el mismo día que leí esa bella crónica de Eduardo Chirinos, busqué el origen de la frase y copié el poema completo de Cadenas al margen de la página, para ilustrar su diálogo con la feliz interpolación del peruano: 

Flacos dedos
me asuelan.
El cielo se estanca
en mi pozo.
La magia
está herida.
Vivo
como la tierra de donde vine,
la tierra que recorrí con mi padre.
Las palabras
no dicen en este confín. 
(Rafael Cadenas)

Es el poema 5 del libro Intemperie, publicado en 1977, en Mérida, con una nota de Arnaldo Acosta Bello en las solapas y un dibujo de Carlos Contramaestre en la portada.
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A Contramaestre dedicó Chirinos, además de un emotivo obituario, sus Canciones del Herrero del Arca. Leo una: 

Me lo dijo una voz sabia:
Tú serás contramaestre del Arca.
Describirás con amor los animales vivos,
echarás por la borda los animales muertos.
Entonces me convertí en Herrero.
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Que en paz descanse el Herrero del Arca. La paloma ha llegado con sus plumas mojadas y yo oigo en la Breve historia de la música el carnaval de los animales.  

Sigue el domingo de nubes con sol, según sentencia del tiempo.

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