martes, 16 de febrero de 2016

Los heresiarcas


Borges frente a la casa de Evaristo Carriego. Palermo. Buenos Aires
 
Es fama que la Primera Enciclopedia de Tlön, de la que durante mucho tiempo sólo conocimos el undécimo tomo, suscitó la curiosidad de numerosos eruditos que no cesaban de buscar en diversas bibliotecas del mundo los otros volúmenes del singular compendio. En 1940 Borges le atribuyó a su amigo Alfonso Reyes una propuesta práctica y creativa para poner fin a ese largo e infructuoso afán: escribir entre todos “los muchos y macizos tomos” que faltaban, y hacerlo “ex ungue leonem” (el león a partir de la uña). Para ello -estimó Reyes (“entre veras y burlas”)- apenas haría falta una generación de “tlönistas”. No sabemos si la iniciativa de Reyes tuvo algún respaldo concreto, pero suponemos que Néstor Ibarra se sumó a ella, pues era conocido su criterio de que los tomos que se buscaban no existían y que había que inventarlos. Bioy Casares debió aportar nuevas sentencias de heresiarcas, para agradar a su amigo Georgie, tan proclive a las disidencias teológicas.

 

Por fortuna (o desgracia, nunca se sabe con estas obras secretas), en 1944, en una biblioteca de Memphis, aparecieron los cuarenta volúmenes de la Primera Enciclopedia de Tlön. Tres años después de ese inmenso descubrimiento, Borges, optimista, calculó un siglo para la aparición de los cien tomos que integran la Segunda Enciclopedia. Presumo que calculó con numeración nuestra y no con la de Tlön, donde un siglo comprende 144 años. Así, se espera que en el 2047 el mundo comience a volverse Tlön, como memorablemente se dice en el último párrafo del magnífico informe escrito sobre el tema, bajo el título Tlön, Uqbar, Orbis Tertius (Ficciones).
-- 

Otras búsquedas menos metafísicas nos ha deparado el referido texto. Una de ellas tiene carácter gastronómico y surgió a partir del primer párrafo del mismo. Pocos olvidan que el descubrimiento de Uqbar provino de la conjunción de un espejo y una enciclopedia, pero muchos pasan por alto que esa noche hubo una cena en la quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía. Precisamente, gracias a la memoria de algunos habitantes de ese lugar, pudimos conjeturar cuanto sigue:

Borges y Bioy habían llegado temprano al partido de La Matanza, donde cenaron juntos esa noche. No se nos dice qué comieron, pero es de suponer que uno de ellos prefirió la frescura de una ensalada con adecuado y límpido aderezo, mientras el otro no se rehusó al cordero patagónico que el cocinero, contratado sólo para esa noche, les había ofrecido por la tarde. Estaban en una amplia quinta, alquilada para pasar unos días lejos de la atareada capital.  

Los dos amigos hicieron una larga y animada sobremesa. El hombre de cuarenta años tomaba agua. El de veinticinco, oporto. Aunque esos detalles no aparecen en la célebre noticia que el primero elaboró, los consigno acá por respeto al diligente cocinero, cuya presencia fue preterida en el famoso informe y, porque tengo para mí, además, que si esa cena no hubiese estado a la altura de ambos paladares, no habría ocurrido lo que ahora todos celebramos: la existencia de un universo fantástico que es sólo un lenguaje, un lenguaje fantástico a su vez.  

Lo sucedido esa noche ha dado lugar a numerosas tesis doctorales y a una copiosa reescritura de ardides literarios que no parecen agotados todavía. Si a ello agregamos la repercusión que en diversos centros de investigación científica sigue teniendo lo allí descubierto, nadie podrá restarle importancia a este intento de subsanar ciertas omisiones, por más ocioso que parezca. Creo que la gastronómica destaca entre ellas.


Es sabido que a la medianoche, antes de que uno de los comensales partiera a Buenos Aires, un espejo los acechó desde el fondo de un corredor. En ese espejo también se reflejaron unos platos y unas copas.
-- 

Esa noche, en verdad, Borges se comió una ensalada criolla bien surtida y Bioy un cordero asado acompañado con papas fritas. Para el postre, hubo helado y dulce de leche. Borges, como ya se dijo, bebió agua. Bioy, oporto. El espejo reflejó también una bandeja con alfajores de Santa Fe. Los había llevado Borges desde Buenos Aires.

Como se recordará, el momento que marcó el fin de la sobremesa fue escalofriante. Ambos tenían fijación por los espejos. En uno, predominaba el terror. En el otro, una amable reverencia. A la medianoche, cuando pasaba un ángel en medio del silencio, miraron hacia el fondo del corredor y se sintieron espiados. “Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”.

La “memorable sentencia” que Bioy le atribuyó al heresiarca de Uqbar era, en rigor, una variación de la que aparecía en un texto de su amigo: “La tierra que habitamos es un error, una incompetente parodia. Los espejos y la paternidad son abominables porque la multiplican y afirman”. Está en El tintorero enmascarado de Hákim de Merv, de Historia universal de la infamia. Pero ese dato, a los fines del informe de Borges, no podía ser mencionado.
--

Uno o dos años después de la cena en la quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía (capital del partido de La Matanza), Bioy hizo una especie de parodia de la frase. Lo hizo en el que iba a convertirse en el más celebrado de sus libros: La invención de Morel. Allí dirá: “El hombre y la cópula no soportan largas intensidades”. Si bien la idea es otra, ese giro permite un pequeño diálogo con lo abominable.

No es mucho más lo que sabemos de la cena, porque el espejo carecía de las propiedades cinematográficas que Morel inventaría poco después. Sin embargo, hay esperanzas de conocer algo más. En Ramos Mejía se conjetura acerca de un lugar en el que se conserva otro informe: el del cocinero. Éste esperó toda la noche, porque el señor Adolfo le había prometido que lo llevaría a su casa, al finalizar la velada. En efecto, lo llevó.  

Alguien me dijo que durante varios días el cocinero estuvo repitiendo la palabra “heresiarca” y que inventó un nuevo postre con ese nombre.
-- 

Mientras tanto, leo a Reyes, en El deslinde: 

“El escritor argentino Jorge Luis Borges ha acertado con algunas narraciones trascendentales que, aunque sin trama novelística, crean mundos ficticios: en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, inventa un pueblo que concibe el universo bajo normas muy diferentes de las nuestras”.  

Y saludo a los heresiarcas de todos los mundos posibles.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario