viernes, 3 de abril de 2015

Un político borgeano


 
Ocurrió hará unos 12 años. Entró a la librería. Saludó al dueño y al amigo con quien yo andaba y se fue directo al cafetín. No recuerdo si fue Juan Luis Mejía o el amable dueño de Biblos, quien me dijo, señalándolo: “Ese que allí va, político de izquierda, es el hombre que más sabe de Borges en Colombia”.  

Leí hace unos minutos que murió el martes pasado. Se llamaba Carlos Gaviria. Fue el gran presidente que Colombia no tuvo.
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(Borges sabe que los juegos de lo metafísico son solo eso: juegos estéticos que no conducen a la verdad sino a la gratificación. A la gratificación de esa misma naturaleza, a la gratificación que el hombre está exigiendo, más allá de su capacidad, de su idoneidad para conocer la verdad. Borges desconfiaba de la filosofía, yo diría, desconfiaba profundamente de lo que era su oficio, desconfiaba de la metafísica como proceso conductor generador de verdades. Creía en ella como juego encantador capaz de producir estados gratificantes, estados estéticos. Naturalmente quedaba una esperanza o queda una esperanza: que la belleza y la verdad sean una sola cosa. Pero, me parece, y creo que Borges también lo creía, que eso nunca podemos saberlo. CARLOS GAVIRIA). 

Honor a su memoria.
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P.S: Comparto un párrafo de la carta que William Ospina le escribió en el año 2006, cuando Carlos Gaviria fue candidato presidencial:  

A mí me gusta además la serenidad de su propuesta. Usted es un hombre elocuente, pero no lo atrae la oratoria tremendista que ya cumplió su papel en la historia de Colombia. Usted parece decirnos que es la hora de la fuerza tranquila, para refutar las prevenciones y los prejuicios, y para contrastar con todos los que creen que la violencia es la solución de nuestros problemas. Frente al actual presidente, irritable y autoritario, que siempre responde con una voz trémula, crispada y ceremoniosa, es importante que el discurso sea sereno, que no renunciemos a la firmeza pero tampoco a la cortesía, porque el colombiano, como decía Borges de los compadritos argentinos, aspira a la finura. Es proverbial nuestro respeto por el lenguaje, aquí se valora la elegancia de los gestos, y no hay mejor respuesta que la serenidad ante los energúmenos que todo lo manejan con rudezas e intimidaciones. Colombia debe aprender a ser una fuerza tranquila.

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