jueves, 8 de enero de 2015

Las fronteras del diálogo


 
Provenientes de las más diversas religiones y tendencias, he leído en los medios y en las redes, firmes, dolidos y necesarios mensajes de condena a la espantosa carnicería de París. Para quienes defendemos el valor y el ejercicio efectivo de la convivencia, es natural indignarse frente a estas terribles irrupciones de la barbarie. Lastimosamente, también he visto algunas expresiones de aparente xenofobia que ojalá no prendan en ciertos desaprensivos, para quienes la tolerancia quizá no sea más que una consigna impuesta por la “corrección política” y no un modo digno de compartir con todos esta difícil residencia en la tierra. El tolerante dialoga, y como escribió Claudio Magris, su diálogo comporta ponerse a sí mismo en tela de juicio, antes de enjuiciar a los demás. A la intolerancia de los Hunos -diría Belén Burgos, unamunianamente- no debe responderse con la de los Hotros. Estaríamos alimentando la barbarie. 
 

Hoy volví a las páginas de La historia no ha terminado, de Claudio Magris. Releyendo el primer ensayo de ese libro (Las fronteras del diálogo), sentí la resonancia de estos párrafos cuyo contenido adhiero:
 

Cuando un Dios habla a nuestro corazón –como dice la Ifigenia de Goethe, oponiéndose a la bárbara costumbre de los sacrificios humanos- hace falta estar dispuestos a seguirlo a toda costa, pero sólo tras haberse preguntado con la máxima lucidez posible si quien ha hablado es un Dios universal o bien un ídolo de nuestros oscuros torbellinos interiores”
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“Los crecientes contactos entre pueblos y culturas distintas, destinadas a aumentar, constituyen un enriquecimiento vital, pero son susceptibles de crear situaciones difíciles, en las que el dilema entre el debido relativismo cultural y la afirmación de los valores irrenunciables podrá plantearse dramáticamente. Las gentes procedentes de otras culturas tendrán que hacerse europeas conservando sus peculiaridades, sin ser brutalmente homologadas a nuestro modelo. Sólo si Europa es capaz de llevar a cabo con firmeza este cometido, seguirá desempeñando, de una forma nueva, el importante papel que ha desempeñado en la historia del mundo”.
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Si retocamos la socarrona frase de Enrique IV, podríamos decir con dolor, que bien valen hoy varias misas por París.

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