lunes, 20 de octubre de 2014

La virtud de elegir o la libertad de la elegancia


 
Cinco de la mañana y unas líneas de Ortega sobre la elegancia. Hace poco, en un breve artículo acerca de un amigo, hice uso del término en su sentido orteguiano: la elegancia como ética, no como etiqueta. Para apoyarme, cité a Guillermo Sucre, quien, en un breve y estupendo ensayo de los años noventa, nos dijo que el alma era el lugar de la elegancia, y que, si bien ésta puede avenirse con la inteligencia, jamás se asociará a la exhibición de “virtuosismos” o de “astucias”. Recordó al santo patrón de los ensayistas, para decirnos que la bondad y la piedad están por encima de “ideas” o de “ocurrencias”. Ahora mismo tengo a mi vista un texto de Montaigne en el que, hablando de la presunción, declara su inclinación por el sosiego de las opiniones y costumbres, antes que por la vivacidad del ingenio o por la "brillantez" de alguna acción.
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Ortega leyó la palabra y encontró esto:  

En el latín más antiguo, el acto de elegir se decía elegancia como de instar se dice instancia. Recuérdese que el latino no pronunciaría elegir sino eleguir. Por lo demás, la forma más antigua no fue eligo sino elego, que dejó el participio presente elegans. Entiéndase el vocablo en todo su activo vigor verbal; el elegante es el «eligente», una de cuyas especies se nos manifiesta en el «inteligente». Conviene retrotraer aquella palabra a su sentido prócer que es el originario. Entonces tendremos que no siendo la famosa Ética sino el arte de elegir bien nuestras acciones eso, precisamente eso, es la Elegancia. Ética y Elegancia son sinónimos”.
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El anotador vuelve a Montaigne y recuerda que no basta con analizar las virtudes (la elegancia incluida) ni estar enterados de su origen. Es necesario amarlas.

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