lunes, 31 de marzo de 2014

Octavio Paz, la "no intervención" y la soberanía




En su Pequeña crónica de grandes días, Octavio Paz se refirió a un tema que hoy sigue ocupándonos: el tabú del principio de no intervención. Analizaba Paz la condenable invasión a Panamá, y lo hacía, como siempre, lejos de la visión sumaria de los fanáticos. Porque creo que sus palabras de entonces ofrecen luces a nuestra convulsa actualidad, copio este párrafo:

Los gobiernos latinoamericanos deberían haber sido más enérgicos con Noriega. Quizás así habrían evitado la invasión. Como lo recordó hace unos días el Presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, los paralizó el tabú del principio de no intervención. Un principio se convierte en tabú cuando se aplica mecánicamente. El principio de no intervención se deriva de otro, básico y que es su fundamento: el principio de soberanía, el derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos. En el caso de Panamá, al aplicar indiscriminadamente el principio de no intervención, los gobiernos latinoamericanos pasaron por alto la violación de la soberanía del pueblo panameño cometida por Noriega al imponer por la fuerza un gobierno ilegítimo. Así, el principio de no intervención, al ignorar la violación de la soberanía, se negó a sí mismo”.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Octavio Paz, nuestro maestro





 Octavio Paz. Gran Bretaña. 1970

Aprendí a leer la poesía contemporánea en los libros de Octavio Paz. Un día abrí Corriente Alterna y descubrí un camino. No he cerrado ese libro todavía. Pero lo admirable es que la ruta vital encontrada en esas páginas, permanece abierta y, sobre todo, que continúe encendida.


Paz hablaría después de la “casa de la presencia”. Sus libros son esa casa iluminada, en la que el diálogo con todos es siempre posibilidad infinita. Porque si hay un rasgo que sobresale en él, es su vocación ilustrada, lo que algunos llaman “universalidad” y que no se expresa en un decorado “cosmopolita”, sino en una insaciable comprensión creadora.


Paz leyó hacia todos los puntos cardinales (que en realidad son cinco: México en el centro), recreando lo leído con la pasión de su inteligencia desafiante. Deletreó y lo deletrearon. Encarnó una tendencia de la modernidad que cruza Oriente y Occidente, que se vuelve anacrónica y extraterritorial, que se aclimata en Dante, reaparece en el siglo de oro español, se pierde en las neblinas del romanticismo alemán, es hija del limo cantado por Nerval, aflora con los surrealistas en tiempos de entreguerras, se va a las catacumbas, y en Hispanoamérica empieza por llamarse Darío, luego Borges y definitivamente y con honores, Octavio Paz.


Los modernistas brasileños hablaron de “antropogafia cultural” para referirse a esa tendencia tentacular de nuestros verdaderos fundadores. Creo que Paz es su mayor ejemplo. La cultura (ningún tema le fue ajeno), como una integración de emociones, vivencias y pensamiento, y también, como una vía para el diálogo, lo definió enteramente. Como en su Laberinto de la soledad: primero, un diálogo con su país y consigo mismo, y al final, un diálogo con el mundo, con los desterrados hijos de Eva que somos, por fin, contemporáneos de todos los hombres.

jueves, 20 de marzo de 2014

Entre la libertad y el miedo




Suave es la mañana, primero con Chaplin, en el circo. Después, con un azulejo en el balcón y una leve brisa que entró a la sala para acompañar la lectura.

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Ahora tengo en mis manos un viejo libro. Fue escrito en los 50. Es de Germán Arciniegas y se titula “Entre la libertad y el miedo”. 

Siempre es grato leer al gran escritor bogotano, pero esta vez, más que el disfrute de su prosa, me movió el interés por la historia política de nuestros pueblos.  Este volumen, además, tiene para mí un valor sentimental: la etiqueta de la librería barquisimetana que lo vendió. “Santos Luzardo” era su nombre. Recuerdo a mi tío Antonio Castellanos, propietario de esa librería, contándome cómo tuvo que esconder los ejemplares del libro de Arciniegas, para evitar que la Seguridad Nacional, en una de sus habituales visitas, los encontrara. Eran tiempos de terror, y se vivía, como inequívocamente lo expresa el título de esa formidable crónica, la fatal disyuntiva entre la libertad y el miedo.  

Sin apostillas y más comentarios, copio unos párrafos del prólogo que el autor le hizo en 1956 a la edición argentina de su lúcido y valiente testimonio: 

El creciente alejamiento de las formas de gobierno representativo nos coloca cada vez más fuera, en nuestra América, de la órbita democrática (…) Se ha conservado en el lenguaje oficial la vieja terminología. Se habla de democracias, repúblicas, libertades, derechos políticos. Pero, al menos académicamente, tendrían que llamarse de otra manera, y no repúblicas democráticas, a los estados donde (…) no hay congreso, no se reconoce a los partidos de mayoría, no se toleran los de minoría, no hay independencia del poder judicial, las constituciones se modifican por decreto, el poder ejecutivo legisla directamente en materias civiles, penales, económicas, comerciales, políticas o culturales, no existe el habeas corpus, no hay libertad de prensa, ni de asociación, ni de reunión, la universidad está intervenida, la religión amenazada, el presupuesto de gastos y rentas se hace sin consulta de parlamento ni control fiscal, y el derecho a la vida está en manos de las autoridades respetarlo o no, sin fórmula de juicio (…) Ateniéndonos a las normas del derecho aún vigentes en el mundo, basta que uno de esos vicios exista para que la república democrática deje de existir. Esa república se funda en tres poderes y no en uno solo 
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La noticia de hoy la trae Gadda: “Horrendo crimen en la via Merulana”. Esa obra maestra me espera por la tarde.